¿CÓMO INFLUYE EL PODER EN LA DECISIÓN DE VOTAR?
Por José L. Tavárez Henríquez*
Con cada proceso electoral, presidencial, congresual o municipal, surge el tema relativo al uso de los recursos públicos a favor de quienes ejercen el poder en la coyuntura de que se trate.
En los medios de comunicación y en las tertulias informales, son frecuentes las consideraciones donde se vincula el hecho de estar en el poder con la ventaja electoral. En otras palabras, se espera que quien busca la reelección use los recursos de su posición para imponerse a sus adversarios.
En la República Dominicana, donde existe una larga historia en el uso de los recursos del poder para continuar en el mando y donde los controles sobre esa práctica son débiles, cobra mayor fuerza la idea de que quien compite desde la oposición está en desventaja.
Frente a esta percepción, compartida por muchos, resulta paradójico que, al menos en los comicios presidenciales efectuados en nuestro país desde 1978, hayan resultado electos con mayor frecuencia los partidos de oposición que los partidos en el poder.
Examinando las elecciones de los últimos 30 años notamos que en los procesos de 1978, 1986, 2000 y 2004 ganaron las opciones opositoras, en tanto que los partidos de gobierno solo retuvieron el poder en los comicios de 1982, 1990 y 2008. Como se ve, de ocho eventos analizados, en cinco ocasiones (62.5%) ha triunfado la oposición.
Si más allá de estos números hundiéramos el bisturí analítico sobre procesos que hemos soslayado en las menciones precedentes, veríamos que el electorado dominicano parece más propenso a favorecer las propuestas opositoras que a quienes están en el poder o muestran un mayor despliegue de recursos en las campañas electorales.
Para avalar este punto de vista, consideremos los escenarios electorales de 1962, 1966, 1970, 1974 y 1994. En el primer caso, llama la atención que el Prof. Juan Bosch se impusiera sobre la candidatura más identificada con la oligarquía y el clero. En efecto, entre el candidato del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) y el de la Unión Cívica Nacional (UCN), el poder político y económico favorecía claramente a Viriato Fiallo.
El enfrentamiento entre poderosos y desposeídos (tutumpotes versus hijos de machepa en lenguaje de Bosch) constituye un claro indicador de cual era la percepción prevaleciente en aquella coyuntura electoral. A esto se añade la estrategia boschista de orientar públicamente al electorado para aceptar cuanto le dieran y a la hora de votar hacerlo por quien le dictara la conciencia. Resulta evidente que el candidato de la UCN procuraba agenciarse simpatía políticas a costa de repartir dádivas entre los más necesitados.
Si faltara otra evidencia para determinar de cuál lado estaba el poder, bastaría con recordar aquel antológico debate entre Bosch y el Padre Láutico García donde el cura Jesuita intentó vincular al candidato perredeísta con el comunismo, doctrina satanizada por la Iglesia Católica de la época.
A la postre ganó quien disponía de menos recursos de poder. La mayoría no se deslumbró por el derroche de recursos de los cívicos y para satirizar las dádivas del candidato derrotado, coreaban el popular estribillo: “Le comimos el arroz y votamos por Juan Bosch”.
En el proceso eleccionario del año 1966 podría decirse que los resultados se inclinaron hacia el candidato de mayor poder. El Dr. Joaquín Balaguer, de quien se afirma tenía el respaldo norteamericano, un recurso muy poderoso en ese momento, se impuso sobre Bosch y el PRD. La diafanidad de esos comicios fue seriamente cuestionada pero se podría interpretar como triunfo del más favorecido por el poder económico y político.
En las elecciones de 1970 y 1974 el candidato y el partido en el poder retuvieron el mando. Sin embargo el grado de ilegitimidad de estas consultas electorales las invalida, desde nuestro punto de vista, para considerarlas como opciones populares a favor del ganador.
Una lectura más ajustada a la realidad demuestra que, tanto en 1970 como en 1974, existía una clara intención en el electorado de votar en contra del régimen de turno, lo que contribuyó a que el gobierno arreciara la represión sobre la oposición hasta forzar su retiro de la contienda. Partiendo de este supuesto habría que considerar estas elecciones dentro de aquellas donde la alternativa opositora prevaleció, en cuanto a la intención del voto, sobre el partido o candidato en el poder.
En 1994, aunque se aceptó un empate entre Balaguer y Peña Gómez, la verdad es que hubo serias irregularidades. El fraude atribuido al candidato del reformismo fue de tal magnitud que obligó a una salida negociada en la cual se reconocían las anomalías, se recortaba el período presidencial y se introducía el principio de la no reelección como forma de cerrarle el paso al anciano caudillo reformista.
Si como dice la máxima jurídica: “A confesión de parte relevo de pruebas”, debemos colegir que también en esas elecciones de 1994 la voluntad popular, torcida por el fraude, apuntaba hacia un rechazo de la propuesta reeleccionista del Dr. Balaguer y el Partido Reformista.
De esta manera se pone en evidencia que de los trece (13) procesos electorales realizados en nuestro país desde 1962, el balance a favor de las opciones opositoras es de nueve (9) contra cuatro (4), equivalente al 69.2%. Estos datos y reflexiones nos ayudan a entender en alguna medida el comportamiento electoral del pueblo dominicano. En particular nos permiten desvanecer el mito, según el cual, aspirar al poder desde el poder representa una ventaja comparativa. Muy por el contrario, estas evidencias muestran que el electorado nacional tiende a votar en contra de quien tiene mayor poder.
* El autor es filósofo, psicólogo y profesor universitario. Email: jotatavarez@yahoo.com
domingo, 26 de octubre de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario