lunes, 23 de enero de 2017

LA CUESTION HAITIANA, COMENTARIO A FEDERICO HENRIQUEZ GRATEREAUX

De labios de sociólogos haitianos, y en Haití, escuché por primera vez, hace 30 años, sobre las llamadas luchas coloristas que se iniciaron con la revolución de los esclavos negros en contra de los amos blancos y que se ha prolongado hasta hoy con el enfrentamiento intermitente de negros y mulatos. El asunto es que los mulatos, con todo y ser minoría en Haití, han gobernado más que los negros puros porque son también los más ricos, riqueza que en parte heredaron de sus padres blancos. La hegemonía mulata fue rota a mediados del siglo pasado por un doctor negro llamado Francois Duvalier quien subió al poder enarbolando el discurso negrista y reivindicando la cultura africana, incluyendo el vodu como religión popular. A este dictador le siguió su hijo Jean Claude a quien se le acusa de haber traicionado a su raza contrayendo matrimonio con una mulata de Cabo Haitiano, Michelle Benet, quien reincorporó a la clase mulata al poder, a donde ha estado, con excepción del breve dominio de Jean Beltran Aristide. Esa es una realidad histórica que avala en parte el análisis del gran intelectual Henríquez Gratereaux. Por otro lado, comparto el criterio de que el dominicano no es especialmente racista, aunque no deja de tener una cierta espinita con los haitianos, por razones históricas entendibles. Una prueba de la flexibilidad de nuestros paisanos es lo fácil que se adaptan a cualquier cultura, desde Alaska a La Patagonia, desde el Extremo Oriente hasta el África ardiente. Si alguien quiere saber quién y cómo es el dominicano solo tiene que ir al pley un domingo con buena asistencia. Eche una mirada de 360 grados y verá lo variopinto de nuestro ser dominicano y la camaradería interracial que se da. (Perdón por lo extenso)

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