lunes, 23 de enero de 2017

ARTICULO: ¿VIVIMOS EN LA ERA DE LA IGNORANCIA?

¿VIVIMOS EN LA ERA DE LA IGNORANCIA? Por José L. Tavárez H. La siguiente reflexión ha sido motivada por la lectura del artículo titulado: “Vivimos en la Era de la Ignorancia…” publicado por Alejandro Martínez Gallardo en su portal pijamaSurf.com. En este trabajo se critica a los jóvenes de quienes, siguiendo a Simic , se dice: “… son cada vez más ignorantes, pasan de la escuela a la universidad sin estar preparados y sobre todo adoleciendo en conocimientos de historia… Enseñar literatura inglesa, como yo he hecho, se ha vuelto más difícil cada año, ya que los estudiantes leen menos literatura antes de entrar a la universidad y carecen de la más básica información histórica del período en el que una novela o un poema fue escrito, incluyendo las ideas y los asuntos que ocupaban a las personas de ese momento.” El trabajo alude a la forma que tienen los jóvenes de encarar la realidad, caracterizada por una despreocupación por el pasado, superficialidad en el análisis, poco esfuerzo en el aprendizaje, etc. En mi experiencia como docente de larga data corroboro el testimonio del Simic, sólo que no me sorprende tanto como a él, ni tengo su perspectiva negativa y pesimista. De hecho lo veo como una consecuencia lógica de las grandes transformaciones tecnológicas que ha experimentado el mundo en las últimas décadas. Por otro lado cabe anotar que el interés por el presente no es una novedad exclusiva del momento actual, este giro epistemológico comienza a tomar cuerpo en la filosofía contemporánea con el advenimiento de la Fenomenología (Edmund Husserl 1859-1938), el Existencialismo del período entre guerras y post Segunda Guerra Mundial, acentuándose con la Postmodernidad, donde incluso se planteó “el fin de la historia” (Yoshihiro Fukuyama 1952…) Hace 25 años un psiquiatra español, Enrique Rojas , publicó su famoso libro, “El hombre light”, donde retrata las actitudes de las personas en esta época: Materialistas, hedonistas, permisivas, impulsoras de una revolución sin finalidad, relativistas y consumistas. Se trata de construir una cultura light donde el menor esfuerzo representa un ideal en la praxis cotidiana. Con todo este imaginario como telón de fondo se produce el salto tecnológico que representan los sistemas digitales, las señales satelitales, la interconexión de sistemas informáticos, el internet sin límites y la sistematización de todo conocimiento humano, ahora al alcance de un clic o un ligero toque en la pantalla del Smartphone. Martínez Gallardo censura que exista un sitio en la web que ofrezca informaciones y resúmenes de libros que pretendan economizar esfuerzos de lecturas a los usuarios: “Blinkist ofrece resúmenes de miles de libros que puedes leer en 15 minutos, una especie de resumen ejecutivo compuesto de puros "insights" de populares obras de no ficción. Promete hacerte más inteligente y ahorrarte toda la paja y la molestia de tener que realmente leer el libro.” La verdad es que esta aparente pereza intelectual, estos atajos hacia la información y el conocimiento, no son exclusivos de esta época, desde siempre las personas han procurado hacer más con el menor esfuerzo, por eso, una vez descubierto el fuego o la rueda, las máquinas y los motores, los principios físico-matemáticos y de la química, y los avances de las tics, jamás hemos retrocedido al estadio anterior, salvo alguna necesidad puntal. Todo parece indicar que las personas tienden naturalmente a adoptar la ley del menor esfuerzo. Es como si algo nos aconsejara: “por qué hacerlo difícil si fácil se puede”. Lo curioso es que, según hallazgos de la actual neurociencia, nuestro cerebro participa de esa ley asumiendo la actitud de simplificar procesos y utilizar atajos para resolver situaciones muy complejas. A manera de ejemplo, si por algún defecto óptico le resulta complicado coordinar los dos ojos para que el individuo vea correctamente, el cerebro terminará anulando uno de los dos, el menos eficiente. Hoy utilizamos poco la memoria, pero también es cierto que la necesitamos menos, dado que existen recipientes de información y conocimientos disponibles al instante, con la ventaja de que suelen ser inmensamente ricos y actualizados. Pienso que esto nos ofrece múltiples ventajas, entre ellas mayor libertad para crear, disponibilidad de herramientas de investigación y acceso ilimitado en tiempo real al conocimiento universal. Como “nada es tan bueno que no tenga algo malo”, del híper desarrollo tecnológico y científico actual, y previsible, se desprenden algunos riesgos, que a la vez son retos, entre ellos los siguientes: ¿Cómo impactará evolutivamente a nuestro cerebro el abandono de los procesos memorísticos? ¿Qué sucedería si los sistemas de inteligencia artificial colapsaran? ¿Cómo afectará la dimensión ética, la calidad de vida y la felicidad de las personas? ¿Cuáles serán las implicaciones ambientales y cómo impactará las relaciones interpersonales, grupales y entre naciones? Los años por venir nos encontrarán intentando adaptarnos a los profundos cambios que en las últimas décadas se han producido frente a nosotros. Por suerte el pensamiento dialéctico, que concibe la realidad en constante cambio, nos ha enseñado que éstos son inevitables y que generalmente apuntan al progreso. Nuestros chicos están leyendo menos de las cosas que nosotros leímos, peor aún, les importa un carajo no saber quién fue Orlando Martínez, Gandhi o Marx, les importa lo de hoy y cómo pasar el rato. El primer desafío nuestro es no quedarnos aislados y circunscritos a nuestro propio pasado, es encontrar ventanas de comunicación efectiva con nuestros estudiantes e incluso con nuestros propios hijos. Más allá de esto, nos corresponde reinterpretar el presente, descubrir nuevos métodos de aprender, iluminar el sendero hacia el sentido y evitar alejarnos de la solidaridad, el amor y otros valores humanizantes. Así lo veo.

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