PLD: entre las élites y las masas
El PLD abandonó su utopía de transformación social
Escrito por: ROSARIO ESPINAL (rosares@hotmail.com)
De nuevo hay revoloteo en el PLD. Unos culpan a otros de no cumplir con los principios del profesor Juan Bosch. ¡Vaya acusación!
Resulta que el PLD post-Bosch va en su tercer período de gobierno. Bosch apenas gobernó siete meses porque no se llevó bien con las élites: ni la empresarial, ni la eclesial, ni la militar, ni la famosa embajada.
En su época gloriosa fue un innovador de ideas. Sonaba marxista aunque no lo fuera, y quería disciplina leninista para doblegar los ímpetus de sus pupilos de clase media emergente.
En medio de la Guerra Fría, tuvo poca capacidad para traducir en acción gubernamental sus ideas, y fue siempre fácilmente acorralado por las élites. Lo tumbaron en 1963 y nunca más pudo gobernar.
Bosch tampoco mostró gran admiración por las masas. Intentó educarlas políticamente a través de cuentos y alocuciones radiales.
Habló de tutumpotes e hijos de Machepa, pero años más tarde fundó un partido de cuadros, y luego llegó a la conclusión de que no se podía esperar mucho del pueblo dominicano.
La verificación de su pesimismo la constaté en una entrevista que le hice a fines de los años ochenta. Recontó, para ilustrar, una noticia periodística de un accidente automovilístico en la carretera Duarte, donde los lugareños habían robado las pertenencias a heridos y muertos. Para él, aquello era el signo de la degradación moral.
Cuando los peledeístas hablan ahora de haber perdido la mística boschista, ¿a qué se referirán? ¿A la de servir al pueblo como quiso enseñarles el profesor? ¿Al abuso de los recursos públicos tan detestable para el maestro? ¿O a la indisciplina partidaria que se avizora?
Sin dudas, los peledeístas han resultado mejores tecnócratas que los perredeístas. Por eso desde el desvanecimiento de la trilogía caudillista, han gobernado dos de tres períodos, y van por el tercero.
Han gobernado porque a diferencia de Bosch, los dirigentes decidieron echar suerte con las élites y entretener con dádivas y promesas a las masas.
Leonel Fernández llegó al poder con la bendición de Balaguer, el mejor instrumento de las élites dominicanas del siglo 20. Luego, ante la debacle económica de 2003-2004, recibió nuevamente el apoyo de la élite empresarial y eclesial.
En su amorío con las élites, el PLD abandonó la utopía de transformación social. Se convirtió en un vehículo para preservar el orden establecido y articular intereses de los distintos sectores de poder económico y político.
En torno a Leonel Fernández se han aglutinado los últimos remanentes del trujillismo y los cuadros más importantes del balaguerismo: fracciones claves del PRSC, la Fuerza Nacional Progresista, y más recientemente, el Partido Quisqueyano Demócrata Cristiano.
Ahí se condensan las fuerzas reaccionarias dominicanas, y mientras dure el pacto con esos sectores, no habrá cambios significativos que el PLD pueda impulsar en la República Dominicana. Serán tecno-políticos pero no reformadores sociales. Los burócratas del gobierno, unos más eficaces que otros, combinan esfuerzos por mantener estabilidad macro-económica y crecimiento, con una sed de ejercer poder y consolidar su estatus de nuevos ricos. Las masas, por otro lado, son interpeladas con un vasto clientelismo. Así, el partido dejó de ser célula de formación ideológica de la pequeña burguesía, para convertirse en una maquinaria de repartos de todo tipo.
Atrapado entre las élites que aportan el cojín para gobernar, y las masas necesitadas y desarticuladas que aportan los votos, el PLD se ha acostumbrando a gobernar de manera conservadora.
Los viejos sueños de transformación social se abandonaron por el pragmatismo que dicta la supervivencia política, y en ese proyecto no cabe el utópico profesor Juan Bosch. Por eso ninguno debería acusar a otros de abandonar la mística boschista.
Al descoloramiento ideológico, se agrega ahora la incapacidad de gestar una democracia partidaria que permita canalizar disputas internas y encauzar aspiraciones. El ambiente en el peledeísmo comienza a sofocar y nadie parece tener capacidad de lograr que entre aire fresco.