El fenómeno del clientelismo político.
Visión de los funcionalistas y de los marxistas
11 September 2006
By María Clara Torres Bustamante
Se revisa aquí la comprensión del fenómeno del clientelismo desde tres enfoques teóricos diferentes. Para los funcionalistas, aquel se define como un contrato diádico de tipo informal y asimétrico, para los marxistas es un instrumento de dominación que tiene por efecto resquebrajar cualquier solidaridad entre las clases subalternas. Para los socio-antropológicos el clientelismo constituye una forma particular de “domesticar” el Estado moderno burocrático.
El clientelismo está analizado según tres diferentes enfoques de las ciencias sociales (funcionalista, marxista y socio-antropológico). Ello nos ayudará a identificar las continuidades y las rupturas presentes en los análisis sobre las relaciones entre el subdesarrollo y el clientelismo, la corrupción y el clientelismo, aquél y la burocracia moderna. El texto examinará en un primer momento la revisión hecha por el autor colombiano Néstor Miranda Ontaneda a las tesis formuladas por los funcionalistas. Analizará en otro momento las ideas expuestas a finales de los años setentas por el propio Miranda Ontaneda desde la óptica marxista y, finalmente, presentará los argumentos centrales planteados desde una perspectiva socio-antropológica por José González Alcantud en la década del noventa. Todo este recorrido nos ayudará a matizar los implícitos que subyacen detrás de las recetas de buena gobernabilidad que asimilan el clientelismo a corrupción, atraso y subdesarrollo de un país.
El clientelismo está analizado según tres diferentes enfoques de las ciencias sociales (funcionalista, marxista y socio-antropológico). Ello nos ayudará a identificar las continuidades y las rupturas presentes en los análisis sobre las relaciones entre el subdesarrollo y el clientelismo, la corrupción y el clientelismo, aquél y la burocracia moderna. El texto examinará en un primer momento la revisión hecha por el autor colombiano Néstor Miranda Ontaneda a las tesis formuladas por los funcionalistas. Analizará en otro momento las ideas expuestas a finales de los años setentas por el propio Miranda Ontaneda desde la óptica marxista y, finalmente, presentará los argumentos centrales planteados desde una perspectiva socio-antropológica por José González Alcantud en la década del noventa. Todo este recorrido nos ayudará a matizar los implícitos que subyacen detrás de las recetas de buena gobernabilidad que asimilan el clientelismo a corrupción, atraso y subdesarrollo de un país.
Como lo señalamos arriba, nos referiremos en esta primera sección a la obra de Néstor Miranda Ontaneda pues ella presenta las principales tesis de los funcionalistas sobre el clientelismo político.
Durante los años cincuenta y sesenta del siglo XX, numerosos científicos sociales se concentraron en el examen de las estructuras sociales agrarias del mediterráneo (Grecia, Sicilia, Andalucía) y de América Latina, especialmente México, para estudiar el fenómeno del clientelismo. Los conceptos de patronazgo y de clientelismo se nutrieron de la noción de “contrato diádico” acuñada por los funcionalistas. Desde este enfoque, el “contrato diádico” hacía referencia a un tipo específico de vínculo social que se establecía entre individuos con diferente status: entre una persona que tenía poder, dinero y prestigio y otra que no los tenía. El “patrón” era una persona que hacía uso de su influencia para proteger a otra persona, quien así se convertía en su “cliente” y a cambio le prestaba servicios a su “patrón”. Se hacía énfasis en el carácter asimétrico de esta relación establecida entre personas con condiciones sociales desiguales (Miranda, 1977, 11). Al mismo tiempo, se hablaba de la existencia de un contrato informal que imponía a las partes obligaciones recíprocas y que exigía como mínimo protección y favores de una parte y lealtad de la otra (Miranda, 1977, 4).
Los estudios sobre clientelismo de los años cincuenta y sesenta centraban el análisis en localidades típicamente campesinas. Sin embargo, a principios de los setenta los investigadores empezaron a advertir el hecho de que las comunidades rurales no eran “entidades cerradas” y señalaban la necesidad de ampliar la mirada al tejido de relaciones en las cuales estas micro-sociedades estaban insertas (Miranda, 1977, 7). En la medida en que los analistas cambiaron el foco de atención de la organización interna de las comunidades a las formas como éstas se relacionan con la sociedad “más amplia”, se introdujo el concepto de “broker” o “intermediario”. Esta figura permitía caracterizar a aquellos personajes cuya función básica era la de conectar a los individuos de la comunidad que buscaban mejorar sus oportunidades pero que carecían de condiciones económicas y de conexiones políticas, con otros vinculados a instituciones nacionales y cuyo éxito dependía del tamaño y de la fuerza de su séquito personal. Con esta noción de “intermediario” las relaciones clientelistas ya no estaban necesariamente regidas por un contrato “diádico”, podían incluso ser “triádicas (Miranda, 1977, 9).
Asimismo, la introducción de dicha figura en los análisis permitía discutir la tesis sobre la preeminencia de las relaciones “cara a cara” en el clientelismo, subrayando el hecho de que aquél podía también existir entre personas que no se conocían y que vivían en lugares geográficamente distantes como el centro y la periferia de un país.
Hasta aquí teníamos una comprensión del clientelismo como una relación regida por un contrato informal. Sin embargo, el autor colombiano Néstor Miranda Ontaneda rechazó esta idea de “contrato” y advertía que lo característico del vínculo patrón/cliente era precisamente lo indeterminado de la relación y lo difuso de los bienes y servicios intercambiados, que conducían a una continua dependencia por parte del cliente (Miranda, 1977, 14). Examinaremos ahora examinar las tesis desarrolladas en los años setenta por este autor, quien se apartó radicalmente del modelo funcionalista.
Durante los años cincuenta y sesenta del siglo XX, numerosos científicos sociales se concentraron en el examen de las estructuras sociales agrarias del mediterráneo (Grecia, Sicilia, Andalucía) y de América Latina, especialmente México, para estudiar el fenómeno del clientelismo. Los conceptos de patronazgo y de clientelismo se nutrieron de la noción de “contrato diádico” acuñada por los funcionalistas. Desde este enfoque, el “contrato diádico” hacía referencia a un tipo específico de vínculo social que se establecía entre individuos con diferente status: entre una persona que tenía poder, dinero y prestigio y otra que no los tenía. El “patrón” era una persona que hacía uso de su influencia para proteger a otra persona, quien así se convertía en su “cliente” y a cambio le prestaba servicios a su “patrón”. Se hacía énfasis en el carácter asimétrico de esta relación establecida entre personas con condiciones sociales desiguales (Miranda, 1977, 11). Al mismo tiempo, se hablaba de la existencia de un contrato informal que imponía a las partes obligaciones recíprocas y que exigía como mínimo protección y favores de una parte y lealtad de la otra (Miranda, 1977, 4).
Los estudios sobre clientelismo de los años cincuenta y sesenta centraban el análisis en localidades típicamente campesinas. Sin embargo, a principios de los setenta los investigadores empezaron a advertir el hecho de que las comunidades rurales no eran “entidades cerradas” y señalaban la necesidad de ampliar la mirada al tejido de relaciones en las cuales estas micro-sociedades estaban insertas (Miranda, 1977, 7). En la medida en que los analistas cambiaron el foco de atención de la organización interna de las comunidades a las formas como éstas se relacionan con la sociedad “más amplia”, se introdujo el concepto de “broker” o “intermediario”. Esta figura permitía caracterizar a aquellos personajes cuya función básica era la de conectar a los individuos de la comunidad que buscaban mejorar sus oportunidades pero que carecían de condiciones económicas y de conexiones políticas, con otros vinculados a instituciones nacionales y cuyo éxito dependía del tamaño y de la fuerza de su séquito personal. Con esta noción de “intermediario” las relaciones clientelistas ya no estaban necesariamente regidas por un contrato “diádico”, podían incluso ser “triádicas (Miranda, 1977, 9).
Asimismo, la introducción de dicha figura en los análisis permitía discutir la tesis sobre la preeminencia de las relaciones “cara a cara” en el clientelismo, subrayando el hecho de que aquél podía también existir entre personas que no se conocían y que vivían en lugares geográficamente distantes como el centro y la periferia de un país.
Hasta aquí teníamos una comprensión del clientelismo como una relación regida por un contrato informal. Sin embargo, el autor colombiano Néstor Miranda Ontaneda rechazó esta idea de “contrato” y advertía que lo característico del vínculo patrón/cliente era precisamente lo indeterminado de la relación y lo difuso de los bienes y servicios intercambiados, que conducían a una continua dependencia por parte del cliente (Miranda, 1977, 14). Examinaremos ahora examinar las tesis desarrolladas en los años setenta por este autor, quien se apartó radicalmente del modelo funcionalista.
¿Un instrumento de clase?
Para Miranda el clientelismo constituía ante todo un instrumento de clase. Este autor escribía en los años setenta que el estudio de las relaciones patrón/cliente era fundamental para comprender el tipo de relaciones de clase que se establecían al interior de los partidos políticos tradicionales colombianos, calificados de policlasistas (Miranda, 1977, 26-24).
Al explicar las razones que llevaban a un individuo a votar a favor de un partido y en contra de sus intereses de clase, Miranda advertía: “del mismo modo que la capacidad para instrumentalizar personas depende del potencial que se tenga, así la disposición o disponibilidades para ser instrumentalizado, depende no solamente de la privación real del poder sino fundamentalmente del grado de conciencia de clase, en el sentido de la capacidad para discernir a favor de qué clase se está entrando en el juego” (Miranda, 1977, 21).
Así, el clientelismo se explicaba por una debilidad en la “conciencia de clase”, pero también por el hecho de que éste constituía la forma a través de la cual “las clases desposeídas” podían acceder a bienes y servicios del Estado. Este autor consideraba que la escasez de bienes que el Estado capitalista de un país “subdesarrollado” podía ofrecer a las “clases sin poder” los convertía “automáticamente” en fuente de poder para los partidos, que los distribuían a cambio de una retribución en apoyo electoral (27). Se advertía en los análisis de Miranda la idea de una masa inerte e indefensa frente a las manipulaciones de una poderosísima clase política que buscaba solamente auto-reproducirse. Se ocultaba también una cierta comprensión del clientelismo como manifestación del subdesarrollo de un pueblo y de la corrupción de la clase dominante.
Desde esa óptica, el clientelismo constituía fundamentalmente una forma de opresión de clase, un instrumento que tenía por efecto la atomización de las solidaridades entre las clases subalternas y la continua dependencia hacia las élites.
En suma, el debate que polarizó los estudios de los años sesenta y setenta sobre el clientelismo giró principalmente en torno a la existencia o no de la lucha de clases al interior de las sociedades rurales. Algunos autores, como Bertrand Hervieu, consideraban que la comunidad municipal no dejó de ser una “ficción política” en la medida en que los conflictos reales se centraban en la lucha de clases (González Alcantud: 1977: 49). En cambio, otros hablaban de la disolución per se de las contradicciones clasistas al interior de las comunidades rurales, las cuales se suponían ligadas por un fuerte sentimiento de solidaridad. (González Alcantud, 1977: 50). A continuación contrastaremos los planteamientos de los marxistas sobre el clientelismo político con los argumentos esgrimidos en la década de los noventa desde la antropología social por González Alcantud.
Al explicar las razones que llevaban a un individuo a votar a favor de un partido y en contra de sus intereses de clase, Miranda advertía: “del mismo modo que la capacidad para instrumentalizar personas depende del potencial que se tenga, así la disposición o disponibilidades para ser instrumentalizado, depende no solamente de la privación real del poder sino fundamentalmente del grado de conciencia de clase, en el sentido de la capacidad para discernir a favor de qué clase se está entrando en el juego” (Miranda, 1977, 21).
Así, el clientelismo se explicaba por una debilidad en la “conciencia de clase”, pero también por el hecho de que éste constituía la forma a través de la cual “las clases desposeídas” podían acceder a bienes y servicios del Estado. Este autor consideraba que la escasez de bienes que el Estado capitalista de un país “subdesarrollado” podía ofrecer a las “clases sin poder” los convertía “automáticamente” en fuente de poder para los partidos, que los distribuían a cambio de una retribución en apoyo electoral (27). Se advertía en los análisis de Miranda la idea de una masa inerte e indefensa frente a las manipulaciones de una poderosísima clase política que buscaba solamente auto-reproducirse. Se ocultaba también una cierta comprensión del clientelismo como manifestación del subdesarrollo de un pueblo y de la corrupción de la clase dominante.
Desde esa óptica, el clientelismo constituía fundamentalmente una forma de opresión de clase, un instrumento que tenía por efecto la atomización de las solidaridades entre las clases subalternas y la continua dependencia hacia las élites.
En suma, el debate que polarizó los estudios de los años sesenta y setenta sobre el clientelismo giró principalmente en torno a la existencia o no de la lucha de clases al interior de las sociedades rurales. Algunos autores, como Bertrand Hervieu, consideraban que la comunidad municipal no dejó de ser una “ficción política” en la medida en que los conflictos reales se centraban en la lucha de clases (González Alcantud: 1977: 49). En cambio, otros hablaban de la disolución per se de las contradicciones clasistas al interior de las comunidades rurales, las cuales se suponían ligadas por un fuerte sentimiento de solidaridad. (González Alcantud, 1977: 50). A continuación contrastaremos los planteamientos de los marxistas sobre el clientelismo político con los argumentos esgrimidos en la década de los noventa desde la antropología social por González Alcantud.
El clientelismo burocrático: ¿una forma de domesticar el Estado?
Para el antropólogo andaluz José González Alcantud, el gran número de estudios publicados sobre el clientelismo político ha mostrado exiguos avances teóricos en la comprensión de este fenómeno. Una de las razones que impide profundizar en el análisis es el escándalo moral y la simple condena que el clientelismo provoca entre los investigadores. El autor señala que aspectos como la relación entre el clientelismo y la burocracia quedan todavía sin esclarecerse por parte de los investigadores (González Alcantud, 1997, 16).
Si siguiéramos a Max Weber, la burocracia constituye un aporte esencial en la conformación y racionalización que supone la aparición del Estado. La administración burocrática es considerada la forma más racional de dominación, la más precisa, continua, disciplinada y rigurosa. Según la tipología establecida por este autor para distinguir las formas ideales de dominación y legitimidad, a la legitimidad tradicional corresponde una burocracia patriarcal o estamental, a la carismática una dominación clientelística y a la dominación racional la burocracia moderna (Weber, 1993). Este autor sitúa así la relación patrón/cliente fuera de la estructura burocrática.
Sin embargo, estas ideas contrastan con la persistencia de la dimensión clientelar al interior de los Estados burocráticos en países de América Latina, entre otros. Según González Alcantud, la pervivencia del fenómeno del clientelismo en la relación burócrata/ciudadano está motivada por el deseo manifiesto de las poblaciones rurales de “domesticar” el Estado, introduciendo una relación mucho más humana que el sencillo anonimato (54) y el carácter impersonal del Estado legal- burocrático. Se reconoce aquí un vínculo, habitualmente negado, entre burocracia y clientelismo. Esta idea se refuerza con los hallazgos de un estudio realizado en Sicilia por Michael Korovkin, donde muestra que “los patronos en la comunidad del sur de Italia son los canales a través de los cuales el pueblo pretende acceder al control de las fuerzas impersonales del exterior, fundamentalmente el Estado” (Korovkin, 1988: 122. Citado por González Alcantud, 1997: 58). Más aún, en la España decimonónica de la Restauración, escribe González Alcantud, “los historiadores han demostrado que el prestigio social dependía sobremanera de los “favores” que los patronos pudiesen llevar a término satisfactoriamente, y también del liderazgo ejercido entre la población frente al Estado anónimo (53)”. El clientelismo constituiría así una forma de acercar el complejo y enmarañado “universo burocrático” a la vida cotidiana de las personas.
Además, la tesis de González Alcantud desafía aquellas interpretaciones que ven en la relación patrón/cliente un rezago feudal, un elemento anómalo y “no resuelto” de las sociedades modernas. Según este autor, el clientelismo se diferencia del sistema feudal en tanto supone la igualdad jurídica de los individuos en una sociedad. Aquello que caracteriza el fenómeno clientelar es precisamente el contraste entre la igualdad en el plano jurídico y la dependencia en las relaciones de facto. En sus palabras:
“La realidad respecto a la identificación entre feudalidad y clientelismo es muy otra: las relaciones de vasallaje feudales pueden presuponer la existencia de estamentos jurídicamente infranqueables, si bien señor y vasallo como en el caciquismo rural contemporáneo tengan un sistema similar de prestaciones y contraprestaciones, semejante a la economía del don y que se rige por el principio del “regalo” y “contraregalo” no cuantificables en una economía convencional. Por el contrario, el caciquismo hace coexistir la igualdad jurídica formal de los ciudadanos con la negación en la práctica social de esas relaciones clientelísticas”( González Alcantud, 1997: 63)
El mismo autor muestra cómo en la España decimonónica de la Restauración existía una marcada tendencia hacia la creación de múltiples ayuntamientos y diputaciones, práctica que respondía al impulso de los políticos locales para “aspirar a una parcela significativa del Estado”. La lucha por los recursos del territorio municipal y las contraprestaciones del Estado motivaban esas prácticas: “el control del Estado anónimo figura en el fondo” (64). Más aun, la “base municipalista y provincial del patronazgo caciquil lo aleja de la supuesta pervivencia feudal” (64).
Si siguiéramos a Max Weber, la burocracia constituye un aporte esencial en la conformación y racionalización que supone la aparición del Estado. La administración burocrática es considerada la forma más racional de dominación, la más precisa, continua, disciplinada y rigurosa. Según la tipología establecida por este autor para distinguir las formas ideales de dominación y legitimidad, a la legitimidad tradicional corresponde una burocracia patriarcal o estamental, a la carismática una dominación clientelística y a la dominación racional la burocracia moderna (Weber, 1993). Este autor sitúa así la relación patrón/cliente fuera de la estructura burocrática.
Sin embargo, estas ideas contrastan con la persistencia de la dimensión clientelar al interior de los Estados burocráticos en países de América Latina, entre otros. Según González Alcantud, la pervivencia del fenómeno del clientelismo en la relación burócrata/ciudadano está motivada por el deseo manifiesto de las poblaciones rurales de “domesticar” el Estado, introduciendo una relación mucho más humana que el sencillo anonimato (54) y el carácter impersonal del Estado legal- burocrático. Se reconoce aquí un vínculo, habitualmente negado, entre burocracia y clientelismo. Esta idea se refuerza con los hallazgos de un estudio realizado en Sicilia por Michael Korovkin, donde muestra que “los patronos en la comunidad del sur de Italia son los canales a través de los cuales el pueblo pretende acceder al control de las fuerzas impersonales del exterior, fundamentalmente el Estado” (Korovkin, 1988: 122. Citado por González Alcantud, 1997: 58). Más aún, en la España decimonónica de la Restauración, escribe González Alcantud, “los historiadores han demostrado que el prestigio social dependía sobremanera de los “favores” que los patronos pudiesen llevar a término satisfactoriamente, y también del liderazgo ejercido entre la población frente al Estado anónimo (53)”. El clientelismo constituiría así una forma de acercar el complejo y enmarañado “universo burocrático” a la vida cotidiana de las personas.
Además, la tesis de González Alcantud desafía aquellas interpretaciones que ven en la relación patrón/cliente un rezago feudal, un elemento anómalo y “no resuelto” de las sociedades modernas. Según este autor, el clientelismo se diferencia del sistema feudal en tanto supone la igualdad jurídica de los individuos en una sociedad. Aquello que caracteriza el fenómeno clientelar es precisamente el contraste entre la igualdad en el plano jurídico y la dependencia en las relaciones de facto. En sus palabras:
“La realidad respecto a la identificación entre feudalidad y clientelismo es muy otra: las relaciones de vasallaje feudales pueden presuponer la existencia de estamentos jurídicamente infranqueables, si bien señor y vasallo como en el caciquismo rural contemporáneo tengan un sistema similar de prestaciones y contraprestaciones, semejante a la economía del don y que se rige por el principio del “regalo” y “contraregalo” no cuantificables en una economía convencional. Por el contrario, el caciquismo hace coexistir la igualdad jurídica formal de los ciudadanos con la negación en la práctica social de esas relaciones clientelísticas”( González Alcantud, 1997: 63)
El mismo autor muestra cómo en la España decimonónica de la Restauración existía una marcada tendencia hacia la creación de múltiples ayuntamientos y diputaciones, práctica que respondía al impulso de los políticos locales para “aspirar a una parcela significativa del Estado”. La lucha por los recursos del territorio municipal y las contraprestaciones del Estado motivaban esas prácticas: “el control del Estado anónimo figura en el fondo” (64). Más aun, la “base municipalista y provincial del patronazgo caciquil lo aleja de la supuesta pervivencia feudal” (64).
Conclusión
Hemos revisado la interpretación que se hace del clientelismo desde tres diferentes enfoques. Por una parte, resaltamos el énfasis que hacen los estudios de los años cincuenta y sesenta en las relaciones asimétricas, desiguales e informales presentes en el clientelismo, así como la introducción del “intermediario”en los análisis, figura que facilita el vínculo entre comunidad y aquello que llamamos Estado nacional. Por otra parte, subrayamos el tímido pero al fin y al cabo reconocimiento del clientelismo como una forma de redistribución de recursos estatales escasos por parte de Miranda Ontaneda, aunque éste atribuye ve en el fenómeno una forma de “atraso” y “debilidad” del pueblo. Finalmente, resulta particularmente grata la interpretación que hace González Alcantud del clientelismo, quien lo considera un problema eminentemente moderno: al constituir un sistema desigual y vertical de redistribución de bienes estatales, el clientelismo supone la existencia de un Estado y de una burocracia con más o menos recursos y capacidades para regular la vida cotidiana. En últimas, el clientelismo constituiría una forma de poner al alcance de la comunidad y de una manera mucho más “personalizada” servicios ofrecidos por el Estado burocrático, generalmente anónimo, lejano e impersonal. La pervivencia de este fenómeno al interior del moderno aparato burocrático nos habla de una forma particular a través de la cual se establece el vínculo entre la comunidad y el Estado en países de América Latina, motivo de escándalo moral, asimilado sin más a “corrupción”, “atraso” y “subdesarrollo” por las recetas de “buena gobernabilidad” de los organismos de cooperación internacional.
Notes:
1 -tipo de vínculo que se establece entre individuos con diferentes status.
Notes:
1 -tipo de vínculo que se establece entre individuos con diferentes status.
Bibliografía
González Alcantud, José (1997). El clientelismo político, Editorial Anthropos, Barcelona.
Miranda Ontaneda, Néstor (1977), Clientelismo y dominio de clase, Editorial Cinep, Bogotá.
Torres Bustamante, Maria Clara, (2005) “Formas de pensar y experimentar la política: la creación del municipio de San Miguel”, policopiado.
Weber, Max (1993), Economía y sociedad, Fondo de Cultura Económica, México, 10 edición.
Miranda Ontaneda, Néstor (1977), Clientelismo y dominio de clase, Editorial Cinep, Bogotá.
Torres Bustamante, Maria Clara, (2005) “Formas de pensar y experimentar la política: la creación del municipio de San Miguel”, policopiado.
Weber, Max (1993), Economía y sociedad, Fondo de Cultura Económica, México, 10 edición.
La autora es politóloga de la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá (Colombia). Ha trabajado en proyectos de desarrollo en la región colombiana del Magdalena Medio y los departamentos de Meta y Putumayo. Trabaja actualmente como investigadora del CINEP en el tema de construcción local y cotidiana del Estado en Colombia.
2 comentarios:
Eso del clientelismo es muy natural en la politica y se podria decir en el diario vivir si revisamos se usa en todos los renglones de la vida misma. solo que en la politica tiene mas uso que en otras areas.
Excelente
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