NOVEDADES EN EL ABORDAJE DE LA
CORRUPCIÓN
Por José L. Tavárez H.[i]
La
corrupción como tema de debate ha estado presente a lo largo y ancho de la
historia política de la República Dominicana. De manera intermitente la discusión
se enciende, especialmente en el contexto de los procesos electorales. Llama la
atención sin embargo, que hasta hace poco las encuestas para medir las
preocupaciones de la gente no le asignaban importancia al problema de la
corrupción.
En la
presente coyuntura hay dos aspectos novedosos, uno, la discusión sobre corrupción
surge en un momento alejado del período electoral, y dos, hay un empoderamiento
de amplios sectores de la población del tema en cuestión. Podría decirse
válidamente que por primera vez se nota una voluntad ciudadana de exigir cuentas
claras en el manejo de la cosa pública y sanción ejemplar para los
defraudadores del erario.
Otras
novedades con que nos encontramos son el carácter internacional del debate en
torno a la corrupción y que por primera vez hemos visto en América Latina y en
el país el encausamiento y prisión de funcionarios del más alto nivel, entre
ellos presidentes, expresidentes, ministros, etc. Muchos asisten asombrados al
destape del fenómeno de la corrupción, no porque ignoraran su existencia, sino
porque jamás pensaron que el combate de la misma iría en serio.
Si nos
alejamos un poco de lo mediático en el debate sobre la corrupción para
adentrarnos en la compresión de los fundamentos filosóficos y antropológicos de
la misma nos encontramos con lo siguiente: Lo primero es que los humanos
tenemos una tendencia natural a obrar mal, por eso necesitamos de frenos exógenos
que nos devuelvan a la correcta senda del bien común.
Esa tendencia negativa de los humanos ya la intuyeron los pioneros del Estado
Moderno, John Locke y Thomas Hobbes, para quienes el hombre es malo por
naturaleza, como ejemplo, a Hobbes se le atribuye la frase lapidaria: “el hombre es un lobo para el hombre”. Esa
toma de conciencia sobre nuestra retorcida naturaleza, junto a la observación de
que mejorábamos viviendo en sociedad, pusieron las bases del llamado Contrato Social
en el que se fundamentan las sociedades modernas.
Esas debilidades
humanas que nos vuelven vulnerables y nos alertan sobre el daño que podemos
provocar a otros no es tema exclusivo de políticos ni se reduce a elucubraciones
filosóficas, antes, y desde otro litoral, lo advertía el Apóstol San Pablo cuando
en su Carta a los Romanos 7:18-19 nos dice: “Porque yo sé que en mí, es decir, en mi carne, no habita nada
bueno; porque el querer está presente en mí, pero el hacer el bien, no. Pues
no hago el bien que deseo, sino que el mal que no quiero, eso practico.…”. El
mismo Jesús, cuando invitó a aquellos que se consideraran libres de pecados a “tirar
la primera piedra”, parecía mirar en la historia personal de aquellos hombres
recordándoles que nadie es perfecto.
Esta
condición de vulnerabilidad del ser humano no es sin embargo motivo para que justifiquemos
el pecado, el delito, y más concretamente la corrupción que ahora se denuncia.
Se trata de advertir sobre la necesidad de controles sociales efectivos para
contrarrestar la tendencia natural a aprovechar en beneficio propio las
ventajas que da el poder. Es también un desafío personal, mirarnos a nosotros
mismos para cuidarnos del lobo que se agazapa en nuestro interior; se trata de
ir más allá del escarnio mediático hacia figura del ámbito político para pasar
revista a una sociedad podrida por la corrupción pública y privada.
Que pague
todo el que tenga algo pendiente con la justicia, sentar precedentes servirá de
referencia y advertencia a la próxima generación de funcionarios. Aprovechemos también
para examinar otras fortunas hechas traficando con influencias de todo tipo,
lavando dinero de procedencia delictuosa, cobrando honorarios abusivos por
servicios profesionales o evadiendo responsabilidades fiscales.
“Todo obra
para bien”, reza el dicho popular. Esta es una magnífica oportunidad para que
la sociedad dominicana pase de la pose al encaramiento sincero de un mal que ha
lastrado el desarrollo del país a través del tiempo. Si así lo hacemos
tendremos una mejor nación, no hacerlo es ahondar la desesperanza e indefensión
de un pueblo que aspira a vivir mejor.