FUNDAMENTALISMO RELIGIOSO Y DERECHO A LAVIDA
Por José L. Tavárez Henríquez
Se denomina fundamentalismo a distintas corrientes religiosas que promueven la interpretación literal de un texto «fundamental» (como por ejemplo el Corán o la Biblia) como autoridad máxima, ante el cual ninguna otra autoridad puede invocarse, y que debería imponerse sobre las leyes de las sociedades democráticas. En un sentido amplio, también se identifica con las corrientes anti-modernistas de distintas religiones.
A través de la historia este modo de ver el mundo ha tenido consecuencias devastadoras para la humanidad, produciendo millones de muertes en enfrentamiento entre pueblos o por las sangrientas persecuciones que han tenido efecto. Piénsese por ejemplo en las Cruzadas que, con el objetivo de rescatar el lugar donde vivió Jesús, tiñeron de sangre musulmana la Tierra Santa. El fundamentalismo islámico por su parte no ha cesado en 2000 años de historia de matar “infieles”, no importa si están en un campo de batalla, en un avión o limpiando el piso de una oficina.
Durante la Edad Media la Iglesia Cristianismo que había sido perseguida a muerte por los romanos se convirtió en representación oficial del agonizante imperio, y luego rectora de la vida pública y privada en Occidente. En esta nueva situación pasó de perseguida a persecutora, creando instituciones de ingrata recordación como el Santo Oficio del Inquisidor, responsable de tantas muertes de inocentes.
En esos once siglos del período medieval la medicina retrocedió porque no se permitía estudiar los cadáveres, las observaciones del universo eran clandestinas y peligrosas, Galileo estuvo al punto de ser quemado por haber descubierto que la tierra se movía; el arte solo podía tener motivos religiosos y la filosofía fue convertida en sierva de la teología. Con razón la Edad Media ha recibido el calificativo de Época Oscura.
Llama la atención que tanta violencia, abusos y atropellos hayan sido protagonizados por quienes se identifican con la doctrina cristiana, con una ética basada en el amor al prójimo, el perdón y la renuncia a la violencia. Ante esta paradoja cabe preguntarse ¿Qué ha fallado? ¿Quién no entendió el mensaje? ¿Dónde se esconde la verdad?
Responder a estas preguntas no es tarea fácil, mucho menos para un artículo como este, intuyo sin embargo que el panorama comienza a enrarecerse desde el momento en que se pretende convertir las verdades de Fe en normas universales para el comportamiento público y privado de los y las ciudadanos/as de una nación, donde coexisten otras creencias y diversidad de opiniones.
Recientemente la jerarquía católica se ha comprometido con el propósito de que se penalice todo tipo de aborto en el país, incluyendo los procedimientos que procuran salvar la vida de la mujer en caso de riesgos. Para ellos la vida se inicia desde la concepción y tiene los mismos derechos e implicaciones que la vida nacida. En términos prácticos tendría el mismo valor moral y las mismas consecuencias legales asesinar a una persona en la calle que interrumpir el embarazo de una mujer afectada por eclampsia severa.
Justamente en este punto se hace evidente la limitación del enfoque religioso. La necesidad de defender a ultranza un punto de vista, no le permite establecer matices. Al caer en este fundamentalismo todo se vuelve blanco o negro, dando pie a un fanatismo donde se pierde la capacidad de razonar, pudiendo llegar a acciones que contradicen el mismo principio que dicen defender. Esto se vivió recientemente en Kansas, EUA, donde Scott Roeder asesinó al médico abortista George Tiller, quien en ese momento estaba organizando los bancos de su iglesia para el servicio dominical. El asesino advirtió que “hay muchos otros eventos similares planeados alrededor del país mientras el aborto continúe siendo legal”.
Sintiéndose en posesión de la verdad absoluta, y echando mano al maniqueísmo que siempre acompaña a los dogmáticos, se proclaman “pro vida”, dejando la otra orilla para los “pro muerte”, es decir, quienes pudieran tener alguna diferencia con respecto a su planteamiento. Hace unos meses este choque entre lo que dicta la dogmática y lo desbordante que puede llegar a ser la realidad, produjo aquel escándalo de Brasil, donde un arzobispo excomulgó a la madre y los médicos que practicaron el aborto a una niña de nueve años embarazada de gemelos tras ser violada por su padrastro.
Recientemente los obispos católicos han iniciado una campaña negativa en contra de algunos legisladores, incluyendo a mi esposa la Dra. Magda Rodríguez, porque no votaron a favor de la penalización de todo tipo de aborto. Ella, mujer cristiana, médico y madre, está convencida de que la ley no debe atar las manos del médico que, en una circunstancia especial, deba decidir entre salvar a la madre o interrumpir un embarazo inviable o de alto riesgo.
Los prelados católicos no quieren establecer matices, no importa que estemos ante casos tan dolorosos como el de una niña embarazada por una violación o un embarazo inviable de alto riesgo. Sin embargo, quienes conocemos la integridad de Magda Rodríguez, tomamos las palabras con que el obispo Rino Fisichella se dirigió a la niña brasileña para consolarla diciendo: "Son otros los que merecen la excomunión y nuestro perdón, no los que te han permitido vivir y que te ayudaron a recuperar la esperanza y la confianza”. También abrigamos la esperanza de que el espíritu autocrítico del obispo italiano les inspire a reconocer que "se ha resentido la credibilidad de nuestra enseñanza, que a muchos les ha parecido insensible, incomprensible y privada de misericordia".
viernes, 26 de junio de 2009
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